Volverá la ira de Cristo
- P. Jorge Hidalgo

- 13 nov
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Por la falta de pureza a causa de aquellos que contaminan la Santidad de la Iglesia, una vez más Nuestro Señor Jesucristo manifestará su santa ira.

Por P. Jorge Hidalgo
La Iglesia tiene que conservar su pureza y su santidad. Nuestro Señor Jesucristo quiere que la religión no se mancille, que no quede embarrada con las cosas desordenadas del mundo, ni en lo que corresponde al culto de Dios, ni en lo que se refiere a la jerarquía de la Iglesia.
Esto significa, respecto al primer punto, que no se puede mezclar la liturgia y el culto de Dios con cosas que no corresponden, por ejemplo, querer hacer la Misa más divertida con globos, con bailes, o hablar de cosas que son exteriores y que incluso ofenden a Dios, como por ejemplo la introducción de la Pachamama o cualquier otro ídolo; todo eso, por supuesto, va en su contra y le ofende.
El Señor es celoso de su culto, por eso dice: el celo por tu casa me devora, y los que aman a Dios deben tener ese mismo santo celo por el culto de Dios; como le dice Elías a Dios: "Zelo zelatus sum pro Domino Deo exercituum”, “Estoy celoso de Dios con el celo del Señor de los ejércitos”.
Este celo se percibe al inicio y al final de su vida pública, porque Cristo vio que los judíos hacían de la casa del Padre, una casa de comercio, el templo estaba corrompido por los pecados de los hombres, especialmente por el fariseísmo. Por eso expulsó a los mercaderes del templo.
De esta purificación que hizo del templo, es importante destacar su ira, y tener en cuenta que ésta no siempre es mala. Si Cristo no tuvo ningún pecado y se enojó, quiere decir que a veces está bien enojarse. La ira, dice ya el viejo y siempre actual Aristóteles, es una pasión y las pasiones o los sentimientos no son ni buenos ni malos. Así que uno cuando obra, obra con pasión, porque no dejamos la corporeidad y obramos solamente con el alma, es decir con sola la inteligencia y sola la voluntad.
El problema ocurre cuando las pasiones, que tienen por sí mismas sus movimientos propios, no son refrenadas. De este modo, cuando uno no logra ordenarlas, entonces fácilmente se desordenan. Por eso, no siempre lo correcto es reprimir, sino ordenar; de tal manera que, si uno no obrara a veces con una santa ira, también sería pecado. Siempre debemos obrar movidos por la razón, y por eso la ira tendrá que acompañar a veces nuestras acciones.
Aquí un ejemplo: Si un policía se queda de brazos cruzados cuando delante de él ocurre un asesinato, eso sería una falta de su parte, porque como policía le corresponde la obligación de evitar el caos y mantener el orden, por lo que, ante un asesinato o un robo, debería corresponder una reacción por parte del policía.
Podemos también poner el ejemplo del Presidente Gabriel García Moreno, asesinado hace 150 años por la masonería, en Ecuador. Él concedió la amistía al Gral. Maldonado, que se había rebelado contra las autoridades legítimamente constituidas. Pero luego de ese perdón que generosamente le concedió García Moreno, Maldonado se volvió a rebelar contra las autoridades. Las rebeliones siempre llevan consigo la muerte de mucha gente inocente, de ambos bandos… Por eso García Moreno, en esa segunda ocasión, hizo lo que debería hacer una persona recta: mandó fusilar a Maldonado, para evitar el derramamiento de sangre inocente y cuidar la paz de la nación.
Aquí vemos como la pena de muerte puede estar bien aplicada, por amor al Fin sobrenatural (que es Dios), a la paz de una nación y no solo aplicar la justicia a los sediciosos, sino prevenir a los que puedan venir más adelante de que el orden público es lo primero que deben cuidar las autoridades que saben que no gobiernan en nombre propio, sino como legados de Dios, de quien desciende toda autoridad en el Cielo y en la tierra. De este modo, la pena de muerte, bien aplicada, es un claro ejemplo de la santa ira, bien aplicada.
El problema en la ira ocurre cuando una persona se enoja más de lo debido, o con quien no es debido; incluso en contra de la razón. Entonces, ahí evidentemente habría una falta y es lo que hay que corregir.
Lo que Cristo nos quiere recordar es que hay que llamar a las cosas por su nombre, tener misericordia del que yerra, pero cuando está de por medio el bien de una nación o el bien de la religión, es necesario poner las cosas en orden. En el caso concreto de lo que ocurrió en el templo, Nuestro Señor tuvo esa reacción porque la religión estaba siendo profanada. Él mismo dijo más adelante que no se puede servir a Dios y al dinero, y los judíos se quedaron con el dinero en lugar de servir a Dios, por esa razón hace un látigo y los echa a todos.
Ese celo debemos tener porque evidentemente la liturgia no es nuestra y las cosas santas se tratan santamente, como dice el libro del Eclesiástico y el Papa Pío XII aplica a la Liturgia. Por ello, es necesario que cada uno tenga una santa ira rectamente ordenada para que el culto de Dios se dé con la pureza que corresponde.
Lo mismo aplica con respecto a la jerarquía de la Iglesia porque uno de los grandes males que hoy ocurre en el interior, es que a veces se promueve o se nombran ya sean rectores, obispos, profesores, directores de universidades o de seminarios o incluso cardenales, que son personas inmorales. ¿Cómo ocurre esto? ¿El Sacerdote no tiene que ser otro Cristo, no debe reflejar la imagen del Señor? ¿Cómo es posible que alguien inmoral sea promovido? Bueno, evidentemente aquí también hay que tener un santo celo de Dios si bien es cierto que los nombramientos no dependen de nosotros, debemos hacer todo lo posible para que sean promovidos los buenos y denunciar cuando ocurre lo contrario.
Para sorpresa de los católicos, existe, por ejemplo, un pacto entre el Vaticano y China, siendo que los católicos de China hace décadas que son perseguidos por su fidelidad a Roma. ¿Cómo es esto posible si la Iglesia no debe quedar bien con los poderes del mundo, con los poderes seculares?; en cambio, en este caso concreto se está olvidando de aquellos que son fieles a la verdad. Esto ocurre porque la Iglesia es santa, pero no por sus miembros, que sin importar el puesto que tengan, quieren quedar bien con el mundo y traicionan a Cristo, terminan siendo, tristemente, aquella imagen del libro del Apocalipsis en la cual la ciudad de las Siete Colinas, que es Roma, está representada como una ramera que se prostituye con todos los pueblos de la Tierra. Es terrible.
Por eso Cristo tiene una santa ira cuando se olvidan los derechos de Dios, cuando se conculcan los derechos de los hombres bien entendidos y bien ordenados hacia el fin sobrenatural que es Dios y se quiere quedar bien con los poderes del pueblo. Por esa razón todos tenemos que tener esa santa ira frente a las cosas que están mal, frente a las cosas que Cristo no aprueba.
Cristo vino al mundo cuando la religión verdadera estaba tomada por el fariseísmo y ha de volver nuevamente en la misma situación, como afirmó con precisión el Padre Castellani. En tanto, nosotros tenemos que ser fieles a la Iglesia que Dios quiere, a la Iglesia de las promesas (en palabras del p. Meinvielle), a la Iglesia que el Señor ha prometido que las puertas del infierno no iban a triunfar sobre ella.
Necesitamos conservar esa pureza y que no se contamine ni el culto de Dios ni la Iglesia santa, porque mientras más santo sea tanto el culto, como aquellos que nos gobiernan en la Iglesia, mejor será la forma como los demás hombres van a ver en la Iglesia a aquella esposa sin mancha, resplandeciente y sin arruga, que es en definitiva la imagen de Cristo el Señor que ha de venir al fin de los tiempos a darle a cada uno según sus obras.





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