Sé Testigo del Sacrificio en la Cruz
- P. Pedro Paz

- 29 sept
- 4 Min. de lectura
Católico, no seas más tibio e indiferente cuando asistas a la Misa, antes bien, “quítate las sandalias, porque el lugar en que te encuentras es santo.”

Por P. Pedro Paz
Lamentablemente, muchos fieles han perdido de vista el significado y verdadero sentido de la Santa Misa. Asisten tan distraídos, tan mal vestidos, tan ocupados en los mensajes que reciben en sus celulares, que es muy claro ver que no entienden la grandeza en la que Dios les está concediendo participar. La Misa no es tan sólo un recuerdo vivo de Nuestro Señor Jesucristo; es además sacrificio.
Pero, y en pleno siglo XXI, cuando lo último que quiere la gente es sufrir, ¿qué voy a sacrificar? Veamos primero qué cosa es el sacrificio: Sacrificio es sustraer de mi uso un objeto que me pertenece, para no emplearlo más para mi bien, sino ofrecerlo a Dios.
El Antiguo Testamento es quien mejor puede indicarnos y enseñarnos qué cosa era un sacrificio. Las primeras páginas de la Biblia ya hablan de un sacrificio; Caín y Abel ofrecieron un sacrificio a Dios en acción de gracias por las bendiciones terrenas. Caín ofreció las primicias de sus cosechas; Abel, un cordero. Ofrecieron estas cosas a Dios quemándolas. Con separar estos bienes de su propiedad, los hombres querían reconocer la soberanía de Dios. Pero éste no es el significado más profundo del sacrificio.
El sacrificio brota de la conciencia de pecado; arranca del esfuerzo con que el hombre tiende a expiar su copa. Así llegó el hombre a matar un animal vivo y ofrecerlo a Dios. Sabía que por su falta había merecido ante Dios el castigo supremo, la muerte; tenía pues, que ofrecerse a sí mismo por los pecados; pero no lo hace ni lo ha de hacer.
Entonces se le ocurre una satisfacción sustitutiva; toma un animal vivo y ofrece la vida de este animal a Dios; carga el animal con la deuda de sus pecados; lo degüella, y pide a Dios que se digne aceptar la muerte del animal como expiación. Esto es lo que significaban, en su mayor parte, los sacrificios de la Antigua Alianza.
Sólo quiero aducir el ejemplo del macho cabrío expiatorio. El Día de la Expiación tomaban los judíos, junto con otras víctimas, un macho cabrío; el sumo sacerdote le imponía las manos y con esto le imputaba los pecados del pueblo, el macho cabrío era llevado por un hombre al desierto y precipitado al abismo desde una roca.
En su sentido más profundo el sacrificio brota, pues, de la conciencia de pecado y del esfuerzo que hace el hombre para ofrecer a Dios satisfacción y expiación por los pecados.
Pero, preguntamos: ¿Puede un animal irracional sustituir al hombre? ¿Puede la vida de un animal e incluso la de muchos animales, dar satisfacción a Dios por el reato de culpa de la Humanidad? ¿Sobre todo si reparamos en el pecado original y en todos los pecados personales de los hombres?
No; el animal no puede sustituir al hombre, que está dotado de razón y de libre albedrío. De ahí que los sacrificios de animales entre los judíos y también entre los paganos no fuesen sino un grito de añoranza de la humanidad, la cual buscaba un sacrificio de reconciliación y expiación que tuviera validez perfecta; y este sacrificio llegó en la consumación de los tiempos: es el inocente Cordero de Dios, Jesucristo, que quita los pecados del mundo.
Un animal no podía sustituir al hombre, pero Dios sí puede hacerlo. Naturalmente, al animal podía quitársele la vida; Dios no puede morir. Por esto el Hijo de Dios asumió un cuerpo y un alma, y con ellos la naturaleza humana. Entonces hubo un sacrificio expiatorio que pudo cancelar de la manera más perfecta toda deuda de pecado. Como hombre, Jesús pudo morir por los pecados; como Dios, pudo ofrecer satisfacción completa. La muerte de Cristo en la Cruz es el valedero y único sacrificio expiatorio por todos los pecados de los hombres.
¿Pero, estamos ya redimidos por la muerte de Cristo? ¿Después de esta muerte de Cruz alcanzan todos los hombres la bienaventuranza del Cielo sin propia colaboración? No. Nosotros hemos de atenernos a la Cruz; hemos de apropiarnos del sacrificio de la Cruz; éste ha de ser también nuestro sacrificio. El Cordero divino del sacrificio ha de estar en nuestras manos para poder ofrendarlo al Padre Celestial por nuestra redención.
Pregunto: ¿Es posible esto? Nos dio Cristo algún medio de poder dedicar y ofrecer a Dios un sacrificio tan excelso por nosotros? Sí, Cristo otorgó tal medio a su Iglesia: es el Santo Sacrificio de la Misa.
Prestarme atención: el gran sacrificio que Cristo, como Sumo Sacerdote, ofreció por la Humanidad en el Gólgota, había sido anticipado ya por Él en la última Cena. Donde dice, en efecto: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros: esta es mi sangre derramada por vosotros”. Y este mismo sacrificio, ofrecido en la Cruz y anticipado en la última Cena, se renueva ante nosotros y se hace presente en cada Misa.
La santa Misa es, pues, no sólo un recuerdo vivo, sino también un sacrificio, la realización, ante nuestra presencia, del sacrificio de Cristo en la Cruz. Así hemos de exclamar: “Quítate las sandalias, porque el lugar en que te encuentras es santo”. En la Misa, no solamente pensamos en la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que en ella están presentes su mismo Cuerpo y su misma Sangre sacrificados; aquí está el Gólgota; Cristo se entrega de nuevo con su muerte al Padre, renueva ante nosotros su sacrificio, que redimió al mundo.
Nuevamente se comprende que la santa Misa es el único y verdadero sacrificio de la cristiandad, el culto divino más elevado de la tierra. Cuando vamos, pues, a Misa subimos al Calvario y ¡Cristo muere por nosotros en la Cruz!





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