Sarah Mullally y la Eutanasia del Anglicanismo
- Miguel Ángel Horta Tovar

- 20 oct
- 5 Min. de lectura
Un movimiento que podría obedecer más a satisfacer las extravagancias progresistas del mundo, puede tal vez llevar a un buen número de almas a puerto católico.

Por Miguel Ángel Horta Tovar
A inicios del mes de septiembre de este año, en un hecho inédito, el Rey inglés Carlos III, se convirtió en el primer monarca en visitar el Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham, fundado en 1848 por San John Henry Newman. En aquella visita, organizada además por iniciativa del propio monarca, el prepósito del Oratorio, el Pbro. Ignacio Harrisonél, expresó el especial interés del Rey por la obra del santo Cardenal que también acaba de ser distinguido como doctor de la Iglesia.
Tan solo unos días más tarde, con los funerales de la católica duquesa de Kent que reunió a la mayoría de la familia real en la Catedral de Westminster para la misa de cuerpo presente, hubo lugar a un nuevo gesto que, si bien está lejos de terminar con los casi quinientos años de cisma anglicano, por lo menos sí deja ver que los días en que los “papistas” eran una especie de parias en la sociedad británica, han quedado atrás. Definitivamente, la Inglaterra del Cardenal Newman es cosa del pasado, ahora es la Inglaterra en la que, según un reciente estudio de Catholic News Agency, el número de jóvenes católicos practicantes dobla al de los jóvenes anglicanos.
En contraste con estos escuetos miramientos para con el catolicismo y con menos de un mes de diferencia, hace un par de días ocurrió la que considero que ha sido una de las muestras más evidentes de desafección (sino es que de franco desprecio) del reinado de Carlos III para con el anglicanismo del que él mismo es cabeza. El reciente nombramiento de la “arzobispo” de Canterbury, la Sra. Sarah Mullally, que encarna casi el paquete completo de la agenda ideológica liberal y progresista del mundo, como poco, demuestra una tremenda falta de cálculo político que ha terminado siendo el tiro de gracia a la de por sí menguada autoridad que la “sede” anglicana tenía entre los sectores más conservadores del anglicanismo internacional.
Dichos sectores, que son aproximadamente el 85% de los anglicanos practicantes de todo el mundo, se concentran sobre todo en la región Afro-asiática, representados por organizaciones como la Global Anglican Future Conference (Gafcon) que, para sorpresa de nadie, luego de hacerse pública la noticia de la designación en Canterbury, a través de una carta han manifestado que ya no pueden “reconocer al arzobispo de Canterbury como un Instrumento de Comunión ni como el primero entre iguales entre los Primados del mundo”. En esta misma línea, la Iglesia anglicana de Nigeria ya ha declarado su plena independencia espiritual de la Iglesia de Inglaterra, y basta buscar un poco en los propios sectores del anglicanismo norteamericano que históricamente es más liberal, para darse cuenta de que el descontento no es exclusivo del continente africano.
A decir verdad, toda herejía es una especie de enfermedad que se vuelve más aguda en tanto más alejada esté de la fe católica. Como en el mundo de las enfermedades, las hay unas fáciles de curar y otras en donde la cura es dolorosa pero posible, las hay terminales, más cortas o prolongadas, unas que permiten vivir largo tiempo con los síntomas y otras que causan una muerte precipitada. Así, como hay pacientes que sufren mucho tiempo con una enfermedad, los hay otros que bien pronto sucumben o en su desesperación piden la eutanasia. Este último parece ser el caso del anglicanismo en Inglaterra, que, a lo largo de casi 5 siglos, ha tenido un avance notable en su decadencia.
Claro está que, en la pertinaz negación de su enfermedad, llegó a un punto en que había que decidir entre prolongar la inevitable agonía o continuar satisfaciendo las extravagancias progresistas del mundo, aunque ello signifique inmolarse, y es evidente que la decisión fue tomada en este último sentido por alguna extraña urgencia de apurar la demolición. Incluso un perfil de ideología progresista, pero con un aspecto más moderado y conservador, hubiera sido más útil para ralentizar el fin tras una consolidación gradual de una agenda revolucionaria sin mucho sobresalto, sin la pérdida de influencia internacional y sin la presión que ha supuesto el nombramiento de la Sra. Mullally para las partes menos enfermas dentro de Inglaterra.
Sin embargo, lo que se ha conseguido con esta decisión, es precipitar la muerte del anglicanismo y hacer que el término de “comunión anglicana” ya parezca a todas luces un chiste considerando que lo único que parecen mantener en común esas “iglesias”, es que son hijas de la misma herejía y, para efectos de nuestra analogía, diremos que son variantes de la misma enfermedad.
Con esto no pretendo sugerir que se vislumbra un inminente y total triunfo del catolicismo sobre el anglicanismo en el corto plazo, ni siquiera defender una supuesta superioridad de la jerarquía católica que, aunque válida, todavía más culpable de contar entre sus filas a prelados que nada tienen que envidiar a los progresistas más extravagantes del mundo protestante. No es un gesto menor que, contrario a la actitud de los anglicanos conservadores, el episcopado católico de Inglaterra, ni tarde ni perezoso, se apresurara a hacer gala de un servilismo con aspiraciones diplomáticas, enviando “sinceras felicitaciones” por el nombramiento.
Con todo, lo que es cierto, es que, a pesar de los esfuerzos de muchos prelados católicos por seguir la receta fracasada del anglicanismo, en este mundo post-cristiano se hace cada vez más notoria la legitimidad de la Tradición católica. En un contexto en que la seriedad y la coherencia con el Evangelio, son factores determinantes en el reavivamiento espiritual de los cristianos, no podemos ignorar que, a pesar de pasar por un momento de grave crisis, dentro de la Iglesia Católica es donde existe la promesa de indefectibilidad y, por tanto, donde hay las condiciones suficientes para llevar a cabo esta búsqueda de coherencia y seriedad.
No sería una novedad que, tras la reciente dosis eutanásica del anglicanismo, muchas almas en busca de la Verdad llegaran a puerto católico. En años recientes, varios anglicanos incluidos algunos clérigos del alto nivel, terminaron por convertirse mediante el Ordinariato Anglicano, establecido por el Papa Benedicto XVI en 2011. Porque mientras el Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham destaca por la gran afluencia a la Misa tradicional en latín, Canterbury parece estar a años luz de tener un nuevo movimiento de Oxford. Por lo pronto, de ser el caso en que esta nueva disposición provocara una nueva ola de conversiones al catolicismo, a S.M Carlos III, tal vez habría que reconocerle como el aliado más fiel de la monarquía inglesa a la verdadera Iglesia de Inglaterra.





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