San José, el Celoso Defensor de Cristo
- Andrea Liliana Fuentes Jiménez

- 14 jul
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Actualizado: 17 jul
El santo patriarca merece este título aunque fue María quien cargó a Jesús en su vientre, fue San José quien lo protegió para que ambos lo presentaran al Eterno Padre, permitiendo así que el Salvador cumpliera con su misión.

Por Andrea Liliana Fuentes Jiménez y Víctor Alvarado Aparicio
“Quien no encuentre un Maestro que le enseñe a orar, que elija a este glorioso Santo, y no se extraviará”. - Santa Teresa de Ávila
Dentro de la Iglesia Católica hay muchas devociones, pues tenemos tantos y tan grandes santos a quienes recurrimos para que intercedan por nosotros. Una de las devociones que más ha crecido en el último siglo, por su belleza y verdad, es al esposo y padre de la Sagrada Familia, nuestro señor San José. Lo que más resalta en esta devoción es el hecho de que San José mantuvo una vida oculta; es muy poco lo que Dios nos ha querido revelar sobre el hombre que puso para cuidar a su Hijo en la Tierra. Lo que sabemos de San José, lo sabemos por las vidas de las personas que lo rodeaban: Jesús, María y el pueblo judío.
Cuando en las Sagradas Escrituras se menciona a San José, es siempre para referirse a él como el padre de nuestro Señor Jesucristo. También ha habido algunos Papas como S.S. Pío IX y León XIII que escribieron algunas encíclicas sobre su santidad, su paternidad y la devoción que debemos tener para con este gran santo.
San José consintió voluntariamente en desposarse con la Santísima Virgen María, como vemos en Mt 1, 24, permitiendo que la encarnación del divino Verbo se efectuara tal y como estaba en el plan divino. María y José se pertenecían mutuamente por su matrimonio y ambos decidieron mantener la virginidad, por lo que son, entonces, dos virginidades que se unen para conservarse eternamente una a la otra, permitiendo así, que el Espíritu Santo obrara en el seno maternal de María y formara el divino cuerpo de Jesucristo, manteniendo a San José como dueño de tan augusto fruto. Todo eso contempló el libre consentimiento de San José, confiriéndole una participación, no física, pero sí moral en el misterio de la Encarnación.
San José recibe la paternidad sobre Jesucristo por su santo matrimonio con la Virgen María. Esto abre paso a una gran cuestión: ¿San José amaba a Jesús como un padre ama a su hijo? Porque, como dijimos anteriormente, Jesús no era su hijo biológico, entonces ¿podía San José tener un verdadero amor por Jesús siendo que no lo engendró?
San José no poseía naturalmente un amor paternal, puesto que nunca engendró hijo alguno. Sin embargo, tuvo un hijo dado en su matrimonio con María. Fue el Padre Celestial quien eligió a San José como el padre de su Hijo aquí en la tierra y es por eso mismo que, por la voluntad de Dios, San José recibe, junto con María, la gracia más grande de todas: a Jesús. Por esta gracia recibida, San José tiene un hijo a quien amar y por lo tanto, un verdadero corazón paternal. Es decir, la mano de Dios se posa en el corazón de José y lo mueve a amar, lo que le ha sido encomendado; a él le da un corazón de padre y a Jesús le da un corazón de hijo y de esta manera, junto con ese nuevo amor que José siente en su corazón, Dios le ordena emplear una autoridad de padre.
Encontramos entonces que San José tiene verdaderos sentimientos de amor y dolor para con su hijo: su amor al abrazarlo, al alimentarlo, al educarlo y al instruirlo; y su dolor al saberse indigno de desposar a María, de no poder proveer como él quisiera a la Sagrada Familia y de saber que los tendría que dejar antes de los grandes dolores del Calvario. Fue el primero en adorar al Divino Niño, después de la Virgen, y el que más se acercó, en su mismo amor, a sus sufrimientos.
San José sentía un amor ardentísimo por Jesús, como lo escribe William Fáber en su libro Bethlehem: “Amaba a Jesús con amor filial tan grande que, repartido entre todos los padres del mundo, a todos haría felices en grado que ellos mismos no podrían creer. Este amor excede en grandeza y santidad a todo lo que ha existido de amor paterno; era tan grandiosa, amplia y variada, que todas las paternidades de la tierra podrían participar de la suya sin agotarla”. San José tiene una paternidad tan perfecta porque es Dios mismo quien le da un corazón paternal para criar a su Hijo y por lo tanto, merece ser llamado verdaderamente padre de Jesucristo.
Llegados a este punto, entendemos que San José recibe por Dios la paternidad sobre Jesucristo por su matrimonio con María y que verdaderamente hay un amor paternal ardentísimo para con su Hijo. De esto le sigue que de esos verdaderos sentimientos paternales naciera de su corazón el deseo de salvaguardar a aquellos que Dios le había confiado. San José, como hombre justo, celó y defendió a nuestro Señor Jesucristo por su paternidad especialísima.
Mons. Fulton Sheen define el celo como “el deseo de protección del vínculo”. Es decir, celar a una persona es desear proteger el vínculo que tienes con ella. Ahora bien, esa protección nace del reconocimiento de una verdadera bondad en el vínculo que nos impulsa a tomar medidas para que no se vea agraviado, tanto el vínculo mismo, como los que forman parte de éste. Esta razón de bondad que nos mueve no puede ser otra que el motor de la creación misma, aquello que pone en marcha las voluntades, da razón sobre-intelectual y propósito a la vida: el amor. Éste, en su naturaleza es, no sólo la bondad del vínculo, sino la razón del mismo.
El amor es el que inclina al amante y al amado a la unión consumada en una triada perfecta, completa y ordenada. Esta unión busca derramarse mutuamente en bienes, mas no podemos dejar de lado que también será de suma importancia evitar los males. De esta manera, nace en ellos una cualidad protectora; se siente como un deber de cuidar a la otra persona. Es así que el celo termina por ser producto del amor (razón del vínculo) y su grado será el de la medida del amor que el amante tiene por el amado.
Ahora bien, el vínculo que tiene San José con Jesús, es un vínculo creado por Dios mismo. San José deseaba y tenía el deber de cuidar el vínculo que Dios le encomendó mantener; y como se decía anteriormente, si San José amaba a Cristo con un amor ardentísimo, debía su celo ser también en grado ardentísimo, porque no deseaba únicamente mantener su vínculo paternal, sino que deseaba, al mismo tiempo, cuidar y defender al vinculado, es decir, a Jesús.
La fortaleza que, como hombre, tenía naturalmente San José, encontró su culmen en su paternidad ejercida. Ya no tenía que hacerse cargo sólo de sí mismo, sino que tenía una familia que defender. Encontramos así que el celo de San José por su Hijo lo convierte en su más grande defensor.
El momento en el que San José consintió, aunque implícitamente, que el Espíritu Santo formara en María el cuerpo virginal de Jesús, fue el preámbulo de la defensa que San José proveería constantemente a su Hijo. Dicha defensa se ve reflejada en cada instante de la vida oculta de Cristo: protegió a María que lo llevaba en su vientre cuando tuvieron que tomar camino hacia Belén, buscó un burro y una posada para que naciera, lo defendió de las huestes de Herodes al huir a Egipto y lo educó en la virtud y el amor.
La defensa de San José es tan completa que sirvió a ella, no solo con su vida, sino también con su muerte. Donald H. Calloway, MIC en su libro Consagración a San José escribe: “Lo que aprendemos de la sacrificada paternidad de San José es que él es un hombre que cuida a los que se le han encomendado sin importar el costo”. Su misión como padre de familia es la de proveer para su esposa e hijo, luchar contra el mal que los rodea por amor a ellos. Sin embargo, convenía al plan divino que San José falleciera para el ministerio público de Jesús y, sobre todo, para su Pasión.
Para que María diera a luz espiritualmente al género humano al pie de la Cruz debía ser entregada a San Juan (“he ahí tu madre”), por lo que su casto esposo tendría que haber dejado su lado tiempo antes. Así como San José da su consentimiento en el misterio de la Encarnación, así de igual manera acepta su muerte en favor de la Redención. Él entrega su vida entera a la defensa de su amada esposa y su divino hijo, aun cuando para continuar esta defensa Dios le pide que se retire.
Ahora conocemos más al hombre que Dios estableció para que fuera el padre en la tierra de su Hijo. Podemos decir con certeza que no hay nada más grande y más hermoso que el plan divino de la Encarnación de Cristo; que no hay nada más humilde que el fiat de María; y que no hay nada más fiel que la obediencia de José. Él celó, defendió y conservó lo que Dios le encomendó y lo hizo de la mejor manera, su obediencia fue tan grande que el Padre le reveló su secreto y lo dejó a cargo de sus dos más grandes tesoros y él cumplió con su amor y su defensa a estos.
San José tiene el amor más grande que un padre tiene para con su hijo. Aceptó hacerse cargo de la defensa y protección de Cristo desde el momento en el que aceptó desposarse con María y defendió no solo a Jesús, sino también a su esposa; defendió la pureza y la virginidad tanto suya, como la de María y la de Jesús; lo defendió con su obediencia y fidelidad a Dios; defendió también el misterio de la Encarnación; lo defendió al ponerle el nombre que el ángel le ordenó; lo defendió al presentarlo al Templo; lo defendió al buscarlo luego de perderlo; los defendió de las posibles malas miradas y críticas; lo defendió físicamente al huir a Egipto; defendió su vida oculta; defendió su misión de Salvador del Mundo. Defendió cada mínimo detalle de Jesucristo, porque él verdaderamente es su padre y lo ama; San José defendió y amó a Cristo con todo lo que era y lo que tenía hasta el día de su muerte.
Es por todo esto que San José merece el título de Celoso Defensor de Cristo, dado que fue María quien cargó a Jesús en su vientre, pero fue San José quien lo conservó para que ambos pudieran presentarlo ante el Eterno Padre, permitiendo así que el Salvador cumpliera con su misión de salvarnos.
Referencias bibliográficas
➢ Llamera, B. 1953. Teología de San José. Biblioteca de Autores Cristianos.
➢ Isolano, Fr. I. 1953. Suma de los Dones de San José. Biblioteca de Autores Cristianos.
➢ Calloway, Fr. D. 2020. Consagración a San José. Marian Press.
➢ Pío IX. 1870. Quemadmodum Deus. Carta Encíclica. La Santa Sede en Roma.
➢ León XIII. 1889. Quamquam Pluries. Carta Encíclica. La Santa Sede en Roma.
➢ Fáber, W. 1860. Bethlehem. TAN Books.
➢ Bossuet, B. 19/05/1657. San José. Sermón predicado en la asamblea general del clero en Francia.
➢ Sheen, F. J. 2016. Son tres los que se casan. Ediciones Palabra, S. A.





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