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Que Nuestra voz no sea un Murmullo: ¡Viva Cristo Rey!

Actualizado: 29 oct

En medio del caos mundano que se ha metido hasta en la Iglesia, es necesario volver a proclamar el reinado de Cristo con nuestra vida o nuestra muerte.


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Por Miguel Ángel Horta Tovar


De entre las consignas que se han vuelto más populares en el catolicismo hispano de nuestros tiempos, destaca de forma notable el efusivo ‘¡Viva a Cristo Rey!’ que se aparece asiduamente en la voz piadosa de hombres y mujeres, sobre todo, durante manifestaciones públicas de fervor religioso. Sin duda, éste, que se convirtió en un grito de batalla, es un eco vehemente de la fe que germinó de la sangre de los mártires mexicanos que murieron por amor a Cristo, pero también lo es de aquellos que sobrevivieron y cuyas vidas fueron otro testimonio de amor a Dios. Hombres y mujeres que vivieron para contarlo, para mantener y heredar a la siguiente generación aquel precioso tesoro que es la Iglesia, para volver a construir en la cotidianidad de los días una pequeña cristiandad.


Definitivamente, no todos somos llamados a ostentar la palma del martirio, pero todo ser humano, por humilde que sea su condición, está llamado a amar, servir, obedecer y adorar al verdadero Dios, reconociéndole como su Rey en cualquier ámbito de la vida en que se desarrolle. Precisamente el 11 de diciembre de este año, el mundo católico celebrará el centenario de la encíclica “Quas Primas” de su S.S. Pio XI, un documento que instituyó en el calendario litúrgico la fiesta de Cristo Rey cuyo magisterio en absoluto ha perdido actualidad y que debe seguir siendo un referente para todos los cristianos del orbe que se tomen en serio su dignidad de hijos de Dios.


En medio del caos mundano que se ha metido hasta nuestras iglesias, es necesario volver a proclamar el reinado de Cristo de manera en que demos testimonio, con nuestra vida o nuestra muerte, de que tenemos la certeza de que el Rey que subió a los cielos, un día volverá; y de que como la Sagrada Escritura nos enseña, aunque la realeza de Cristo no es de este mundo, sí está sobre este mundo porque Él juzgará a todas las naciones. Hoy, después de 100 años, el magisterio de la Quas Primas sigue tan vigente como en el año en que se publicó, y todavía nos manda, tal vez con más urgencia, a buscar el reinado de Cristo no solo en nuestra vida privada y doméstica, sino también en la vida pública de nuestra patria y en las instituciones de la vida civil.


Para que este mundo tan afecto a reciclar errores vuelva a escuchar que Cristo es Rey, será necesario que nuestra voz no sea solo un murmullo asustado que implora la tregua del enemigo, tendrá que ser más que una súplica que apenas se atreva a reclamar un pequeño espacio para nuestro Dios en el vasto altar de la nueva idolatría. Tendrá que ser una plegaria vigorosa que se extienda a toda nuestra vida, una oración prolongada que no termina en un “amén” rutinario y descreído, una alabanza que, lejos de evitar a toda costa el peso de nuestra lucha, pueda ser testimonio de valor y fortaleza incluso entre aquellos que quisieran silenciarla.


Nuestros Vivas a Cristo Rey, deben escucharse y verse en todos lados, ya no solo como una arenga que al calor de la euforia se vuelve ocasional, sino como un esfuerzo conjunto y organizado que honre a Dios en la Iglesia, sí, pero también en la educación, en las instituciones cívicas, en la economía, en la milicia y en todas las dimensiones de la sociedad en que un hombre pueda apreciar la luz de Aquel que pagó con su sangre nuestros pecados. Y a quien venga a reprocharnos que metemos a Dios en las cosas del César, hay que decirles que nosotros, como buenos ciudadanos, damos la moneda que corresponde a César, pero que desde los primeros que dijeron “non possumus” hasta nosotros, los cristianos nunca hemos creído que el César sea un dios, sino una creatura, y como creatura de Dios, subordinada también a su ley divina.


Cristo ha venido y nos ha demostrado su amor muriendo por nosotros en la Cruz para hacernos herederos de la vida eterna, es hora de que seamos nosotros los que demostremos nuestro amor con obras, pidiendo al Señor la gracia y la fuerza para hacer de nuestra vida una oración. Así, el llamado de Pio XI en 1925 también es un llamado para luchar hoy, luchar no porque Él necesite de nuestro combate o porque nuestras acciones agreguen algo a su obra redentora, sino porque, luchando, es como demostramos nuestro amor a Él con hechos, es la forma en que abrimos nuestra voluntad a su Gracia, y esa, es una justicia que a nosotros mismos nos beneficia y que necesitamos para ser bienaventurados.


Finalmente, no quisiera terminar estas sencillas líneas sin advertir que, todo llamado a la acción, bajo ninguna circunstancia debe ser un llamado a la ausencia frente a nuestros altares, al contrario, el mundo requiere de más oración piadosa y no debemos actuar como si ya hubiéramos rezado lo suficiente ni hacer del combate cristiano una guerra meramente cultural que se sienta exenta de ir a doblar la rodilla ante la Cruz. Por otra parte, es propio de mentes protestantes crear una disyuntiva imaginaria entre las obras y la fe, y no nos es lícito, so pretexto de una gran fe, convertir nuestros templos en guetos en los que nos encerremos por miedo a presentar batalla, porque si no nos toca morir por Cristo, entonces nos toca vivir por Él para transmitir la buena noticia a la próxima generación.


En el centenario de este glorioso documento que instituyó la fiesta de Cristo Rey, ojalá que los católicos volvamos a leerlo y que sus líneas nos muevan a todos a la reflexión sobre la necesidad del combate y la responsabilidad católica de la que habla S.S Pio XI al decir que: “Cuanto mayor es el indigno silencio con que se calla el dulce nombre de nuestro Redentor en las conferencias internacionales y en los Parlamentos, tanto más alta debe ser la proclamación de ese nombre por los fieles y la energía en la afirmación y defensa de los derechos de su real dignidad y poder”.


 
 
 

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