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Orar, Aunque el Mundo se Desmorone

Al final de los tiempos se va a dar la falta de fe, pocos voltearán la mirada hacia Cristo en el Gólgota y su triunfo sobre el demonio, todo va a verse menguado; sin embargo, Dios va a salvar a los que perseveren.


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Por P. Jorge Hidalgo 


Por los brazos abiertos de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, es que se dará el triunfo y la salvación de la Iglesia. Nuestro Señor ha muerto por nosotros y ha rezado y pedido por nosotros en el Gólgota, es por eso que la Iglesia puede triunfar sobre sus enemigos, particularmente sobre los demonios que quieren nuestra alma para perdernos para siempre.

La oración de Moisés en la colina para que Israel ganara la batalla contra los amalecitas es una prefigura de la oración de Cristo en la Cruz; al igual que su hermana, María, que quedó leprosa por su desconfianza en Dios, es una antitésis de Nuestra Madre Santísima que siempre confió en Él y es dichosa por haber creído; y mientras que María, hermana de Moisés, tenía lepra, que en la Escritura es un símbolo del pecado, María Santísima es la Inmaculada. Ella le da fecundidad a nuestra oración y a nuestros pedidos, de tal manera que estas dos cosas siempre debemos ver en nuestra oración: la eficacia de la Cruz y la presencia de la Virgen Purísima.


Respecto a la eficacia de la oración, si bien proviene especialmente de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, debemos agregar también todas las cruces que tenemos en nuestra vida y unirlas a la de Él; y además agregar también nuestras acciones porque, como dice el libro de Job, “milicia es la vida del hombre sobre la tierra”, por lo que nos estaríamos equivocando si ante la situación que vivimos, nos conformamos con solamente pedirle a Dios y no hacer nada más porque el Señor que es Providente; sí, lo es,  pero quiere que las causas segundas le ayuden en el gobierno del mundo.


Por ejemplo, yo no puedo pedir que mi hijo sea bueno y yo ser un desgraciado, porque si yo no lo gobierno hacia el bien, no le doy buen ejemplo, o no le doy buenos consejos, no estaré haciendo lo que es debido y la culpa de que el hijo no sea bueno, no será de Dios. La oración no impide que nosotros obremos o actuemos o que hagamos lo que debemos, siempre es necesario hacer todo lo que esté al alcance y pedir a Dios que les dé fecundidad a las obras exteriores. No debemos descuidar jamás nuestra oración y nuestro contacto con Él.


Nuestra oración, ¿será atendida?


La oración debe ser perseverante, debemos rezar siempre y pedir sin desanimarnos y tener la seguridad de que conseguiremos la intercesión de Dios en el asunto que nos aflige porque Dios es un Juez Supremo, pero es un Juez sumamente bondadoso. Dios es Amor, dice San Juan, más aún, Él no tenía necesidad de crearnos y nos creó por amor para difundir Su bondad. Por eso tenemos que insistir continuamente en nuestra oración.


El Señor es Providente y como Padre amoroso cuida de todas sus criaturas, especialmente de los seres humanos y más puntualmente, cuida de los elegidos, como dice San Pablo en la carta a los Romanos: Dios ordena todas las cosas en orden a los elegidos.


Muchas veces parece que Dios no escucha o que no atiende lo que se pide, pero en realidad Dios siempre nos atiende, la falta de respuesta es porque el Señor quiere purificar nuestro corazón. Él quiere especialmente la salvación de las almas, por lo que, si le pido a Dios ganarme la lotería, aunque puede que algunas veces sí lo conceda, el pedido de los bienes materiales debe ordenarse al de los bienes espirituales. Lo primero que hay que pedir es la salvación de las almas, tanto la nuestra como la de nuestros familiares y con mayor razón la de algún pecador empedernido o de alguien que no quiere confesarse. Y si no hemos obtenido respuesta, no dejemos de pedir con insistencia.


San Pablo dice en la carta a los Tesalonicenses: Orar sin cesar; entonces tenemos que orar sin desanimarnos. El texto original de esa expresión está escrita tres veces porque los judíos no tenían un superlativo; para decir, por ejemplo, que Dios era Santísimo, lo decían tres veces (Santo, Santo, Santo); en el caso de la oración sin cesar, el llamado es a orar sin desánimo, insistentemente, nada nos tiene que desalentar por más que el mundo esté al revés o que parece que Dios no nos atiende. Justamente la confianza es lo que nosotros no debemos perder jamás respecto de la Divina Providencia.


Es posible que, humanamente hablando, una persona se canse, como le ocurrió a Moisés, quien apoyó sus brazos en sus hermanos; de igual manera nosotros debemos apoyarnos en otros, pero debemos confiar en la Providencia de Dios y rezar sin desanimarnos, aunque lo que ocurra a nuestro alrededor sea desalentador. Vemos cómo se reduce el número de Sacerdotes, el número de hijos por familia, el número de matrimonios bien constituido, todo va disminuyendo, pero el Señor intervendrá en favor de sus elegidos, en favor de aquellos que lo aman, en favor de las personas cuyos nombres están inscritos en el Cielo.


Al final de los tiempos se va a dar la falta de fe, va a defeccionar la confianza en Dios, pocos voltearán la mirada hacia Cristo en el Gólgota y su triunfo sobre el demonio, incluso disminuirá la confianza de los hombres en la intervención de la Virgen a favor de la Iglesia, todo, al final de los tiempos, va a verse menguado; sin embargo, Dios va a salvar al mundo, va a salvar a sus elegidos, porque Dios todo lo hace en bien de aquellos que lo aman. Y los pocos que perseveren van a ser los santos más grandes de todos los tiempos; por eso Dios va a permitir la apostasía y la defección de tantos hombres, porque justamente esos santos, como las palabras de san Cirilo cuando comenta el Credo: van a ser los santos más importantes de todos porque van a haber luchado no contra un perseguidor, sino contra el mismo demonio en persona.


No dejemos de orar y trabajar en nuestra salvación con temor y temblor, pero sabiendo que lo más importante no es lo que nosotros hagamos, sino lo que Dios da. Confiados en el auxilio de su Divina Providencia y la intercesión de la Virgen Santísima, corramos hacia el combate perseverando en la gracia y las buenas obras,  y alcancemos la victoria para que seamos un día, coronados en el Cielo.


 
 
 

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