No Puede Haber Otro fin que no sea Dios

A pesar de este mundo tan apurado con tantas cosas, todas las almas debemos, ante todo, buscar primero a Dios.

Por P. Jorge Hidalgo

Jesucristo, como verdadero Dios y verdadero hombre que es, no desdeñó todas las cosas buenas que existen en el ámbito natural y en el ámbito humano, porque dice la carta a los hebreos que se hizo semejante a nosotros excepto en el pecado, así que Cristo asumió todo lo del hombre. Cristo tenía un verdadero cuerpo, debía comer, se cansaba, dormía, etc., y junto con eso, Cristo también tenía amigos, porque la amistad es una cuestión de índole natural y buena.

En los Evangelios se menciona a Marta, María y Lázaro, ellos lo recibían en su casa y esto habla de su hospitalidad, que representa a Marta, su vida activa. Como Marta, nosotros hacemos cosas en el orden exterior que son buenas, por ejemplo, en el ámbito de la familia: educar a los niños, llevarlos al colegio, lavarles la ropa, en fin, todas las cosas de la vida diaria; trabajar y ganar el pan con el sudor de la frente.

En la vida apostólica también hay cosas por hacer para llevar las almas a Dios, hay que salir a misionar, organizar actividades con niños, con jóvenes, etc., todo eso corresponde a una vida activa como la de Marta, y se requiere porque tenemos un cuerpo que tiene necesidades, que tiene cosas que tenemos que satisfacer como el comer, vestirnos, etc.

Como vemos, es imposible dejar de lado la vida activa, pero toda la vida moral, toda la ética cristiana y católica, se tiene que fundamentar primero y principalmente en el fin último del hombre: ¿Para qué ha sido creado el hombre?, ha sido creado para amar, hacer reverencia, servir a Dios Nuestro Señor y así salvar su alma, como empieza San Ignacio los ejercicios espirituales.

En el primer tratado que hace Santo Tomás sobre la vida moral explica el Doctor Angélico que lo primero en el obrar es el fin último y analiza que no puede haber otro fin que no sea Dios. Evidentemente hay gente que sirve al dinero, al poder, al placer, a las riquezas, etc. pero Santo Tomás analiza cada una de ellas y explica la razón por la cual ninguna de ellas es capaz de saciar al alma humana. Así que en sí mismo, el fin último es el mismo Dios y en cuanto cada alma lo tiene como fin último, se convierte en el ejercicio de la potencia más perfecta, con el acto más perfecto, sobre el objeto más perfecto. ¿Qué quiere decir eso?: el objeto más perfecto es Dios, la potencia más importante es la inteligencia y el acto más importante de la inteligencia es la contemplación.

Es decir que el fin último es tener a Dios y poseerlo, es verlo cara a cara como dice la Sagrada Escritura, verlo tal cual es, ver al Señor como Él es; por lo tanto, la contemplación en esta vida, la oración, es el anticipo de la eternidad y es lo primero que nosotros tenemos que buscar porque es justamente lo que nos ordena a nuestro fin último.

Es la sabiduría la que ordena nuestra vida en ese sentido, la que nos hace poner en primer lugar lo fundamental y luego lo accesorio, porque en caso contrario uno puede vivir desperdiciando el tiempo o demás talentos en cosas que no son importantes. En cambio, poseer a Dios tal cual es, nos ordena;  ésa es la función de la caridad, darnos a nosotros el ordo amoris, el orden de la caridad, el orden adecuado del amor para poner a Dios primero, no primero el trabajo o la familia, sino cada cosa en su lugar ordenada por la caridad.

Eso es lo que María, junto a Marta y Lázaro, los amigos de Jesús, nos enseña, la vida contemplativa, la vida que nunca ha de pasar, porque en el Cielo va a ser solamente ver a Dios, es decir, estar en contemplación. Aunque en este mundo no puede haber una contemplación perfecta porque aquí siempre tenemos mezclada la vida activa, la vida exterior, con la vida puramente contemplativa.

Fijémonos, entre los espíritus que Dios ha creado, los más perfectos son los que se dedican solamente a adorar a Dios, como los serafines, los querubines, que están en el primer coro de los Ángeles. En cambio, los Ángeles enviados a nosotros, que Dios ha dispuesto en su orden sapientísimo para cuidarnos de las tentaciones y que nosotros practiquemos la virtud, tienen una doble función: sin dejar de contemplar a Dios nos fueron enviados para cuidarnos y ayudarnos, por lo que también tienen una cierta vida activa.

Nosotros busquemos siempre la primacía de la oración, como decía San Benito: No hay que anteponer nada al amor de Cristo. A pesar de este mundo tan apurado con tantas cosas, todas las almas, y especialmente las que intentamos predicar el evangelio, que ante todo busquemos primero a Dios, que nos hagamos más contemplativos, que visitemos más el Sagrario, que nos confesemos más seguido, que intentemos asistir a Misa entre semana, que recemos todos los días el Rosario y si es posible hacerlo en familia doblemente mejor.

Las cosas exteriores sin duda son importantes, las actividades exteriores que hacemos, pero todas las actividades exteriores se ordenan a esto, que es lo fundamental, y que nos da a nosotros el orden del amor, poner cada cosa en su lugar. Depende de nosotros si queremos dedicarnos a lo fundamental, si queremos estar delante del Santísimo Sacramento.

Pidamos al Señor que tengamos la claridad de entender que estamos en este mundo simplemente para llegar hasta Dios y que las cosas y las criaturas tienen que usarse tanto cuanto nos sirvan para alcanzar este objetivo. No descuidemos la oración y la vida espiritual en un mundo arrojado hacia lo exterior y que se olvida de lo fundamental, que es el encuentro con Cristo. Que la Santísima Virgen María, que fue ante todo una mujer contemplativa, nos ayude a dedicarnos a lo que nunca ha de pasar, al verdadero motivo de la existencia de todo ser humano.