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El Mundo Promueve una Falsa Prudencia

Actualizado: 15 sept

Debemos ser prudentes y no obrar según las máximas del mundo, según el querer de todos o buscando los aplausos; sino ante todo, debemos agradar a Dios, teniendo en cuenta el fin último de nuestra vida.


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Por P. Jorge Hidalgo


En la vida natural y también en la sobrenatural, tiene una gran importancia la virtud de la prudencia porque de hecho es la que rige y gobierna todas las virtudes, a algunas de modo directo, como por ejemplo las virtudes de la justicia, la fortaleza, la templanza, entre otras; y a otras las rige de modo indirecto, como son las virtudes teologales, que son las más importantes en la vida del cristiano.


Estas virtudes, la fe, la esperanza y la caridad, tienen que ser reguladas, no en sí mismas porque siempre son un extremo, sino en cuanto a nosotros, para hacer actos de fe, esperanza y caridad públicamente, en el momento oportuno. Ello no quita que uno deba dar testimonio cristiano siempre y en todo momento.


La prudencia es tan importante en la vida de cada persona que es por eso que hoy somos testigos de una falsificación de esta virtud. Se recomienda ser “prudente” a alguna persona, por ejemplo, cuando se le obliga a callar ante el error que puede llevar a la condenación de otra persona, en particular a alguien subordinado a uno mismo, porque estaría irrumpiendo en su vida y su “libertad”, cuando esto no es otra cosa que respetos humanos. En ese caso, por ejemplo, en justicia deberíamos corregirlo. Tristemente suele imperar el “no te metas”, “te va a traer problemas”, etc., donde se consagra como criterio la pereza y la inacción, cayendo de este modo en pecados de omisión. 


Como el anterior, hay muchos ejemplos que no corresponden a la verdadera prudencia cristiana, por ello conviene aclarar el concepto. Antiguamente se conocía a la prudencia como el “auriga virtutum”, esto es “el jinete de las virtudes”, porque tiene en su mano todos los caballos. De igual manera, la prudencia tiene que regular todas y cada una de las virtudes. También se la llama la recta razón de las cosas que se hacen y que perfeccionan a la persona; para distinguirla de las cosas que se hacen rectamente pero que permanecen externas a uno y que no necesariamente lo hacen mejor o más bueno o más santo.  


Si un gran físico, por ejemplo, usa su sabiduría para construir una bomba atómica y con ella se vuela medio continente, estará claro que es un buen físico, pero eso no lo hizo a él mejor persona, al contrario, por su trabajo habrían muerto millones de personas. Este ejemplo aclara la diferencia entre el arte y la prudencia: el arte, en sentido clásico, es hacer bien las cosas exteriores, en este caso, la bomba atómica, y eso es lo que ocurre también hoy con las llamadas obras de arte, que moralmente puede defeccionar en el concepto de hacer buenos tanto al que la creó como a quienes la contemplen. Las obras de arte prudentes no solo son bellas, sino que buscan hacernos mejores personas y más agradables a Dios.


En todos los libros sapienciales se nos recuerda la primacía de la prudencia: el inicio de la sabiduría es el temor del Señor, tienen buen juicio los que la practican. Este es justamente el buen juicio que debemos tener, el hombre sabio es el prudente y el que es prudente necesariamente es un hombre justo, es un hombre fuerte y es un hombre templado, porque las virtudes crecen juntas. Para decirlo en palabras de Aristóteles, como los dedos de una mano. Todas las virtudes están proporcionadas y una virtud siempre influye en las otras. De hecho, la prudencia tiene tres actos, uno es el juicio, otro es la consideración y el último es el imperio. Este último es el más importante, y hace que, al ser más prudentes, seamos más justos, más fuertes y más templados; y viceversa. El imperio consiste en el sometimiento de todas las potencias a las indicaciones del intelecto práctico. 


Necesariamente, uno debe indagar cada una de las cosas que va a hacer y cuando sea necesario, considerar los medios en orden al fin; en materia de prudencia esto es esencial, después, la inteligencia práctica nos hará tener claro que siempre es necesario ese discernimiento previo y si la inteligencia está rectamente ordenada, no perderá de vista el fin último, que es Dios. Sin perder de vista ese fin último, es la inteligencia la que mide y la que ordena las cosas en orden a dicho Fin, que es el único que nos puede saciar plenamente. 


La prudencia es tan importante que en la antigüedad se quería que el que gobernara, fuera el sabio y esto mismo debería ocurrir en todos los ámbitos, principalmente en el personal (uno debería de ser sabio y prudente para saber gobernarse), en la sociedad y en la familia, el hombre de la casa debe ser un hombre sabio y prudente. El hombre sabio sabe que en ocasiones debe recurrir al consejo porque pueden presentarse cosas difíciles. 


Esto ocurría en la época de la Cristiandad, cuando grandes reyes santos consultaban en ocasiones a personas más sabias que ellos para, por ejemplo, obrar según el querer de Dios. Santo Tomás, el más sabio de todos los hombres de este mundo después del Verbo Encarnado, era consultado ampliamente por los reyes; llegaron a consultarlo, por ejemplo, San Luis rey, la duquesa de Brabante y otros nobles de la época.


Otro caso muy destacado e inédito en la historia del mundo, se dio cuando fue el descubrimiento de América. Carlos V suspendió la conquista de América porque algunos teólogos le decían que era inmoral lo que estaban haciendo, entonces se dio la famosa “Disputa de Valladolid”, que no fue sino una discusión teórica para resolver si era justo que España ocupara América. ¿Acaso los gobernantes de Estados Unidos, Holanda, Francia, actuaron igual? Eso no lo hizo nadie, solamente lo hicieron los reyes que eran católicos porque querían ante todo agradar a Dios y salvar su alma; y dado que la disputa fue favorable a la corona española, entonces se continuó con la conquista o mejor aún decir, la evangelización de América. Esto deja en claro la importancia de que aún los hombres santos deben consultar a aquellos que los pueden iluminar. 


A veces necesitamos la luz que viene de las personas que saben de este mundo y a veces, ni siquiera a alguno que sabe de este mundo le alcanza para dar claridad, entonces a veces necesitamos la luz de arriba, de lo alto, la luz que viene de Dios. Por eso hay un don del Espíritu Santo que se llama don de Consejo, que viene a perfeccionar la virtud de la prudencia, de tal manera que el hombre no obre solamente lo que le parece, sino que se deje guiar por Dios. Y aquí está justamente el tema de por qué la prudencia cristiana no es el “no te metas”, “no busques problemas” porque si uno mira las cosas según el querer de Dios, uno se deja iluminar por la ciencia superior que en el ámbito natural es la Metafísica y en el ámbito sobrenatural es la Teología.


Si uno se deja guiar por lo que el Señor le inspira, le amará más que a nadie y estará dispuesto a llevar la Cruz hasta la muerte si fuera preciso, como Él lo hizo. Está el caso, por ejemplo, de Santa Inés, que había consagrado a Dios su virginidad y por eso le resultó lo más prudente dar la vida, a pesar de la persecución y el martirio, cumpliendo excelentemente su promesa de castidad perpetua.


Así el Señor, en los textos sagrados, nos recuerda que debemos ser prudentes y que no debemos obrar según las máximas del mundo, según el querer de todos o buscando los aplausos, sino, ante todo para agradar a Dios y teniendo en cuenta el fin último de nuestra vida, “aunque sea preciso quemar las naves”, en palabras de Hernán Cortés. Lo principal debe ser Dios. Esa es la verdadera sabiduría, esa es la virtud que ordena las cosas de este mundo según el querer de Dios.


La Virgen María también pasó por un momento por la dificultad de decidir sobre su matrimonio con José, ya que Ella le había prometido a Dios su Virginidad, pero pidió que Dios le iluminara y así fue como aceptó a San José, quien a su vez también tomó la decisión de no repudiar a María cuando supo que esperaba un Hijo, gracias a una iluminación de Dios.  Así que podemos pedir a la Sagrada Familia que siempre tengamos esa luz sobrenatural y que pongamos todos los medios en orden para llegar a Dios. Que seamos justos, fuertes, templados y de esa manera seremos prudentes, no según la carne, sino según Dios; no según el mundo, sino según el Espíritu Santo, para que en todo obremos según su beneplácito.


 
 
 

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