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El Portento del 12 de Octubre

La llegada de Colón a América es más que un descubrimiento; es el inicio de la incorporación de nuestro hemisferio a la civilización y al cristianismo, todo ello al amparo de la Virgen María de Guadalupe.


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Por Alfonso Suárez


La España, descubridora y fundadora de pueblos, misionera y civilizadora, alborea para nosotros mexicanos, en la portentosa claridad del 12 de Octubre: aquel día en que, con sollozo de júbilo y victoria, alzó Colón la Cruz en tierras de América, cuando, pretendiendo abrir nuevo camino para las Indias y creyendo tocarlas, topó con un inmenso continente que se alzaba a mitad de su carrera y que ni en los sueños desmesurados existía. 


Quedó así integrado el mundo, y quedó potencialmente incorporado nuestro hemisferio a la civilización y al cristianismo. Estas grandes repercusiones suelen tener grandes propósitos, y, aún a pesar de los yerros humanos, suele Dios coronar con imprevistas verdades el tesón de la heróica voluntad.


Aquella empresa sustancialmente española -del todo ajena al rincón nativo de Cristóbal Colón, vana y puerilmente disputado-; aquella empresa acariciada en La Rábida, auspiciada por fray Diego de Deza, acometida en nombre y al impulso y amparo de los Reyes Católicos, con el concurso decisivo de los Pinzones y con naves y gentes españolas, inauguró el contacto, doloroso y glorioso, de Europa con América, inauguró la efusión y la fusión de sangres que gestaría el alumbramiento de nuestros pueblos. 


Acaso por eso es que se suele designar el 12 de Octubre como el Día de la Raza. Pero, “raza” no significa para nosotros exclusión altanera, sino amorosa compenetración; no implica la teoría materialista y pagana de un racismo aislante, sino de la doctrina cristiana integradora, en nuestro caso -dentro de la vasta hermandad de todos los hombres -, de esta ilustre comunidad espiritual que llamamos la Hispanidad. Común denominador, signo unitario que no borra, sino que levanta a superior armonía las diferencias étnicas, las aportaciones locales, los valores autóctonos. Voz de la historia y de la lengua, voz de la religión y la cultura.


Nuestra raza no es racista. Al contrario. Nutridos de substancia católica, vale decir universal, nosotros somos auténticamente hispanistas, y por eso, precisamente por eso, somos auténticamente indigenistas.


La Santísima Virgen María, que es reconocida como símbolo de México, es también, guía y emblema de la Hispanidad. Porque no es, como solemos decir, una Virgen india (la de Guadalupe), sino una Virgen que en su rostro anuncia y sublima el mestizaje entonces balbuciente.


Vivas instancias de los países indoibéricos la hicieron declarar, en 1910, por la venerable boca del papa Pío X, patrona de toda la América Hispana.


Hoy, como ayer, la Virgen de Guadalupe nos quiere llevar  a Su Hijo; hoy como ayer es símbolo de amor y cristiandad y quiere liberarnos de los terribles pecados y “dioses” que nos mantienen esclavos. Ella, que con rosas de Castilla se pintó y se entrañó -para sublimarlo- en el ayate del indio, Ella dice el camino, nos impulsa, da arrojo. Que con Ella se extienda nuestra estirpe para que cada día haya más “madres y hermanos de Nuestro Señor Jesucristo”, personas que amen y cumplan la santa voluntad de Dios. 


Grandiosamente, en paz y amor con todos, la celeste Emperadora defina, nutra y exalte el reinado de Cristo en el corazón de cada “guadalupano” y que por su intercesión, España nuevamente sea cristiana.


 
 
 

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