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Demos el Triunfo a Dios

El hombre ha sido hecho para Dios, solo para Él y no para otra cosa distinta de Dios y solamente en la posesión de Dios el hombre tiene la verdadera felicidad.


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Por P. Jorge Hidalgo


La salvación no se alcanza por simplemente estar confesado, exige practicar todo un programa de vida interior, todo un programa de crecimiento en la gracia, crecer en todas las virtudes, trabajar con temor y temblor para alcanzarla, y esto no lo vamos a lograr si miramos a los ídolos del mundo moderno que están dispuestos siempre a traicionar a cualquiera y cualquier cosa.


Antes bien, debemos motivarnos y llenarnos con los ejemplos de los grandes hombres, necesitamos arquetipos, es decir, causas ejemplares que nos muevan a practicar la virtud, que nos alejen del pecado y que nos motiven, por eso no hay nada mejor que conocer la vida de los santos.


De hecho, San Ignacio de Loyola se convirtió leyendo la vida de San Francisco y la vida de Santo Domingo, y dijo, si ellos pudieron, ¿por qué yo no? Tomó el nombre de Ignacio en honor a San Ignacio de Antioquía, aquél santo que dijo que quería ser pasto de los leones y que tenía que ser molido por las fieras, antes de traicionar a Nuestro Señor, por ello lo arrojaron al circo romano.


La Iglesia tiene muchos ejemplos de hombres y mujeres que no traicionaron a Cristo y que por eso han alcanzado la salvación:


Los mártires (la palabra mártir en griego quiere decir ‘testigo’), aquellos que fueron testigos de Nuestro Señor con la vida, con la palabra y con la sangre, es decir que fueron testigos hasta las últimas consecuencias. El primer ideal de la santidad fue siempre el martirio.


Los monjes. Cuando en el año 313, con el edicto de Milán, se acabaron las persecuciones,  fue cuando la Iglesia miró especialmente a los monjes, a aquellos hombres que, habiendo tenido, quizás, muchas posesiones en la tierra, prefirieron dejar todo, irse al desierto literalmente, y buscaron allí a Dios, renunciando a todas las cosas. Evidentemente no es una vocación para todos, pero la Iglesia siempre la tuvo como punto de referencia de la renuncia a todas las cosas, a buscar ante todo el amor a Dios y a posponer todas las cosas con tal de no perder el amor de Cristo en nuestra alma y en nuestra vida.


Está también el ejemplo de vida de Obispos y Sacerdotes, que entre los siglos IV y V enfrentaron una gran cantidad de herejes de aquellos tiempos; que no tuvieron miedo a decir las cosas por su nombre, aunque fueran desterrados y perseguidos. Justamente por eso, ese tiempo es el siglo de oro de la Patrística, los Padres más conocidos y los más grandes se ubican en ese periodo de tiempo.


Pero la Iglesia ha mirado también de modo especial la santidad de las familias, la santidad de los matrimonios y de todos aquellos que han sido capaces de vivir y de morir antes de ofender a Nuestro Señor. 


La felicidad está en Él


Santo Tomás estudia el tema de la felicidad en la Suma Teológica cuando habla del fin último y explica que el hombre ha sido hecho para Dios, solo para Él y no para otra cosa distinta de Dios, y solamente en la posesión de Dios el hombre tiene la verdadera felicidad. 


¿Qué pasa entonces con la riqueza, la gloria, la fama, el honor, el poder, la salud, el placer y todas esas cosas? ¡Nada! Santo Tomás concluye que el hombre solamente puede ser para quien Dios nos ha hecho, es decir para Él, porque el hombre tiene esa ansia de infinito; es por eso que deseamos siempre conocer la verdad y amar el bien.


La felicidad es el acto más perfecto de la potencia más perfecta sobre el objeto más perfecto. El objeto más perfecto es Dios, la potencia más perfecta es la inteligencia, y el acto más perfecto de la inteligencia es el contemplar a Dios, eso es el Cielo, dicho de otra manera, como dice San Juan en su primera carta, lo veremos tal cual es, y estos serán los bienaventurados, los felices. 


Demos el triunfo a Dios, quien es bendito en sus Santos; pidamos a la Virgen Santísima, que es la reina de todos los Santos, que nos conceda la gracia de imitarlos, de no anteponer nada al amor de Cristo, que nos conceda la gracia de vencer nuestros vicios dominantes, de crecer en santidad, de no conformarnos con dar el 30%, sino de estar dispuestos a dar el ciento por uno, que demos todo lo que el Señor ha pensado en toda la eternidad para que hagamos las buenas obras en el tiempo y así alcancemos aquella morada eterna por la que debemos aspirar cada momento de nuestra vida.


 
 
 

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